
Pero quedarme aquí sería como quedarme a mitad de la historia. ¿O es que no os pica la curiosidad de saber cómo una abogada catalano- cántabra, viajera, y no lo he dicho, pero con una oscura adicción al chocolate, ha acabado de escritora de una saga juvenil? Al menos, en mi caso, se ha convertido en la pregunta del millón. Así que creo que lo mejor es explicarlo de una vez, de principio a fin.
Lo reconozco, no tengo una fecha de “autora” tan precisa como la de nacimiento, excepto por lo que se refiere al año, que no he olvidado: 2008. Todavía estaba haciendo un doctorado que llevaba unos años compaginando con el trabajo, pero que empezaba a dejarme exhausta. Recuerdo un día, en casa, en que me vino el recuerdo de mi primo Andrés. Solía y suelo acordarme mucho de él, de los buenos momentos vividos y de la estrecha relación, de hermanos casi, que mantuvimos hasta que murió, a los 16 años. Y pensé que quería hacer algo por él, para recordarle y para que siguiera con nosotros, conmigo. Entonces fue cuando surgió la idea de una historia. Su protagonista sería un chico normal y corriente, de pueblo, con su pandilla, sus broncas con su hermano pequeño. Un chico de buen corazón, majo, pero también con sus defectos. Sería Andrés y, a la vez, no lo sería. El resultado fue Sánder.
Pero años de lectura diaria me habían enseñado que necesitaba un contrapunto para mi héroe. Alguien que llevara la aventura y el misterio a su vida, y por qué no, también una porción de fantasía. Y así, poco a poco, el personaje de Julia fue creando vida. Lo confieso, por un instante pensé en cerrar ahí la lista de protagonistas. Pero me parecía lógico que Sánder, un adolescente de 13 años, tuviera un mejor amigo al que no pudiera dejar al margen de esa aventura. Un amigo, además, que como buen fan de los libros de misterio, le empujara hacia la acción. Con Toni, el trío quedó completado.
Bien, ya tenía a mis protagonistas y a unos cuantos secundarios más y también tenía la localización en la que se desarrollaría la acción – un trasunto de Santoña, el pueblo de Andrés-. Ahora “solo” me faltaba la trama. Algo que empecé a crear garabateando notas en unos folios en blanco, un poco a modo de desafío, siempre con el temor de agotar las ideas, de perder el hilo y de que la historia no diera para más.
Aquí es donde debo hacer un punto y aparte, para aclarar que nunca antes había escrito ficción, aparte claro, de las típicas redacciones del colegio. Ni cuentos, ni relatos, ni poemas, nada de nada. Por no escribir, no había escrito ni en el diario que me regalaron por la primera comunión. Así que, con tales antecedentes, no estaba demasiado segura de poder llegar muy lejos. Pero para mi gran sorpresa, cada vez que cogía el boli las palabras, las frases y los diálogos surgían por sí solos. De repente, me encontré con el esquema de no uno sino CINCO libros. No sabía si ponerme a reír o a llorar, pero al final donde me puse fue delante del ordenador, lista para ver hasta dónde llegaba.
Mientras escribo estas líneas, estoy empezando el tercer libro y, lo reconozco, cada vez disfruto más escribiendo. Las inseguridades siguen y las revisiones son interminables, pero las ideas, lejos de agotarse, aumentan y varios proyectos ya bullen en mi cabeza, metiéndome prisa para que acabe la saga de una vez. Es lo que pretendo hacer, seguir acompañando a Sánder, Julia y Toni en este fascinante viaje que puede ser la vida. Y espero que vosotros también.